No hay futuro en la guerra: Youth Rise Up, manifiesto.
Declaración escrita por Ben Norton, Tyra Walker, Anastasia Taylor, Alli McCracken, Colleen Moore, Jes Grobman, Ashley Lopez / Codepink –
Otra vez más, los políticos estadounidenses y los comentaristas están vendiendo la idea de la guerra, intentando envolver a nuestra nación en otro conflicto. Unos años atrás fue Irán, con “todas las opciones sobre la mesa”. El año pasado era una línea roja la que amenazaba con arrastrarnos al conflicto de Siria. Esta vez se trata de Iraq.
Nosotros, los y las jóvenes de América, hemos crecido en una guerra, guerra, guerra. La guerra se ha convertido en una norma para nuestra generación. Pero estos conflictos – declarados por personas más mayores cuyos salarios pagamos los jóvenes – nos están robando nuestro futuro y estamos cansados.
No hay futuro en la guerra.
Nosotros, los y las jóvenes de América, nos oponemos a la guerra y reclamamos nuestro futuro.
La guerra no funciona. Y punto.
La guerra no funciona desde una perspectiva económica
En 2003 políticos estadounidenses orquestaron la invasión y ocupación ilegal de Iraq basada en mentiras obvias – mentiras que han costado 3 trillones de dólares a los ciudadanos americanos.
Imagina qué podría haberse hecho con este dinero:
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Con 3 trillones de dólares, podríamos haber garantizado una educación superior gratuita para todos los americanos interesados. En cambio, estamos sumidos en una deuda de más de un 1 trillón de dólares en préstamos universitarios sin saldar.
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Con 3 trillones de dólares, podríamos haber creado un sistema de salud universal. En cambio, la sanidad todavía no se la pueden permitir muchos americanos y no tenemos idea de si habrá alguna vez un programa de asistencia médica para mayores cuando estemos en edad de jubilarnos.
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Con 3 millones de dólares podríamos haber renovado nuestras decrépitas escuelas públicas y las desmoronadas infraestructuras públicas, dándonos el tipo de cimientos que necesitamos para una nación próspera en las próximas décadas.
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Con 3 millones de dólares podríamos haber creado una red de energía eléctrica nacional basada en fuentes de energía renovables en lugar de combustibles fósiles destructivos con el medio ambiente – algo por lo que nuestra generación realmente se preocupa.
Nuestros verdaderos enemigos – aquellos que incansablemente desean la guerra—han estado haciendo una guerra económica contra nosotros. Nuestros enemigos son aquellos que dicen que debemos aumentar el presupuesto del Pentágono mientras nosotros recortamos cupones de comida, ayuda al desempleo, transporte público, y viviendas de bajo coste. Ellos son quienes quieren destruir la red de seguridad social en la que tanto trabajaron las generaciones pasadas. Ellos son quienes recortan presupuesto a nuestras escuelas públicas – que están ahora más segregadas que con Jim Crow – y luego privatizarlas. Ellos son quienes arrojan a cientos de miles de jóvenes a las cárceles, gracias a la racista y clasista guerra de drogas, y luego privatizan las prisiones para explotar y sacar provecho de los ciudadanos encarcelados que tienen salarios prácticamente nulos.
Invertir en la guerra no hace nada para cambiar los verdaderos problemas a los que nos enfrentamos. Nosotros, los jóvenes de nuestro país, somos quienes sentimos este dolor. El costo de la guerra nos está dejando sin aliento, enterrándonos con deudas que no podremos devolver.
Y la guerra no solo no sirve para crear empleo. Los políticos dicen que no pueden recortar el presupuesto del Pentágono porque los trabajadores de las fábricas armamentísticas mantienen muchos puestos de trabajo necesarios. Sí, nuestra generación necesita puestos de trabajo. Pero si los miembros del Congreso realmente quieren usar dinero federal para ayudarnos a encontrar empleo, las fuerzas armadas son la peor inversión. Una inversión militar de 1 millón de dólares crea 11600 puestos de trabajo. El mismo presupuesto en educación obtiene 29100 puestos. Sea educación, sanidad o energías renovables, invertir en estos sectores crean más oportunidades laborales que las fuerzas armadas. La compleja industria militar hace un gran trabajo llenando los bolsillos de los políticos, pero uno pésimo creando una economía que funcione para todos.
La guerra no funciona desde una perspectiva de seguridad nacional y defensa
Los defensores de la guerra claman que esta hace nuestro futuro “más seguro” y “más libre”. Pero desde el trágico ataque del 11S, la respuesta que las fuerzas armadas estadounidenses han hecho del mundo un lugar más peligroso. Las invasiones de Iraq y Afganistán, el bombardeo de la OTAN sobre Libia, el uso de drones depredadores en Pakistan y Yemen, e incontables ejemplos de operaciones militares que no solo han incrementado la violencia y el odio. Iraquís y afganos no están más seguros ni son más libres; nosotros tampoco.
Rechazamos dejar que nuestros hermanos y hermanas, aquí y fuera, muera por el acceso a petróleo barato del Golfo Pérsico. Las personas de Iraq, Afganistán, Irán, Líbano, Somalia y otros países sobre los que nuestras fuerzas armadas acechan como buitres, no son nuestros enemigos. Ellos se oponen al terrorismo más de lo que nosotros lo hacemos, son quienes que llevan la peor parte. Nos debemos oponer a la intervención estadounidense porque nos importan.
La guerra no funciona desde una perspectiva medioambiental
La guerra no es amiga del medio ambiente. No lo ha sido nunca, y nunca lo será. Los bombardeos destruyen el medio ambiente. Dañan bosques y tierras de cultivo. Arrasan ecosistemas, poniendo en peligro a especies, incluso llevando a algunas a su extinción.
Los bombardeos contaminan el agua y la tierra, a menudo dejándola insalubre por siglos, o incluso milenios. Esto es especialmente cierto con armas químicas y nucleares, como las bombas de Hiroshima y Nagasaki, o los misiles de uranio enriquecido que utilizó Estados Unidos en Iraq. Y por armas como estas, la mortalidad infantil, la mutación genética, y las tasas de cáncer son exponencialmente mayores en las áreas atacadas. Los niños de Fallujah, Iraq, una ciudad herida por estas armas, nacen sin extremidades y órganos sin desarrollar.
Los costes medioambientales de la guerra no se limitan a momentos específicos; persisten de por vida. Vehículos militares pesados, junto a la deforestación y el cambio climático, conducen a la emisión de polvo tóxico del suelo. Incluso si sus casas y vidas no han sido destruidas por las bombas, los ciudadanos que inhalan estas toxinas son mucho más susceptibles a una amplia variedad de enfermedades y problemas de salud.
El Departamento de Defensa de Estados Unidos lleva tiempo siendo el mayor consumidor del país de combustibles fósiles. Los vehículos militares consumen enormes cantidades de gasolina incluso para tareas pequeñas. Si realmente nos importa revertir, o al menos mitigar, el antropogénico cambio climático – que muchos científicos reconocen como una amenaza literal para el futuro de la especie humana – eliminar la guerra sería un primer paso increíblemente efectivo.
La guerra no funciona desde una perspectiva de Derechos Humanos
El mundo no es más seguro ni más libre para los millones de personas iraquíes que murieron. ¿Cómo se supone que va a venir la libertad al final de una bomba?
El debate enfurece de nuevo y en adelante; “los especialistas” rellenan las ondas de TV, reinventando las mismas excusas cansadas que hemos oído durante años. La mayoría de estos “expertos” son hombres blancos mayores. Las personas realmente afectadas por nuestras bombas y nuestras pistolas – la mayoría jóvenes de color – no aparecen en ninguna parte. Sus voces son silenciadas, sus voces calladas por las empresas de comunicación, por políticos militaristas, y por los contratistas militares que quieren obtener ganancias.
La guerra no funciona desde una perspectiva histórica
La guerra nunca ha tratado de libertad y liberación; la guerra siempre se ha relacionado con ganancias e imperialismo. El historiador americano Howard Zinn dijo una vez “Las guerras son fundamentalmente políticas internas. Las guerras se luchan para controlar la población en casa”.
La intervención militar da reino libre a las empresas estadounidenses en los países que destruimos. Bombardeamos países, centrándonos en infraestructuras públicas, y nuestras empresas las vuelven a construir de nuevo. Los peces gordos de grandes empresas hacen millones, incluso billones; el país, la población, se quedan sumidos en una montaña de deudas. Nuestras empresas poseen sus infraestructuras, su capital industrial, sus recursos naturales. La guerra es siempre una pérdida para las personas. La élite económica y política de ambos países creará una fortuna; las personas de ambos países serán quienes tengan que pagarla.
Los defensores y los proveedores de guerra han hecho siempre un discurso impertinente de ideales como “libertad” y “democracia”; han repetido siempre argumentos vacíos sobre “asistencia” o incluso “liberación” de personas.
¿Cómo podemos confiar en un país que dice que su brutal invasión y ocupación militar es “humanitaria” cuando, al mismo tiempo, apoya dictadores en otras partes del mundo? Saddam Hussein estaba en las nóminas de la CIA desde los años ’60. Cuando invadimos Iraq para “combatir la tiranía” y “librerar” a la población iraquí, estábamos apoyando la tiranía teocrática del Rey Fahd en Arabia Saudí, la brutalmente represiva familia Khalifa en Baréin y el violento regimen de Mubarak en Egipto, además de otros desagradables dictadores.
Cuando invadimos Afganistán para “liberar” a la población afgana de los Talibanes, los medios de comunicación corporativos fallaron en mencionar que Ronald Reagan había apoyado a los Muyahidines, quienes más tarde se convirtieron en Talibanes, y los Contras alrededor de los años ’80. Denominó a estos segundos “la moral equivalente de nuestros Padres Fundadores”, mientras destripaban civiles en una campaña del terror.
Estos eventos históricos son absolutamente pertinentes a las discusiones contemporáneas sobre la guerra. Debemos aprender de ellos, tanto como para no repetirlos en el futuro, como para no caer en los mismos trucos políticos.
Nuestros detractores dicen que estamos contra las tropas. No estamos en contra de ellas. Las tropas norteamericanas son desproporcionadas desde los trasfondos de los menos privilegiados. Los reclutadores militares tienen como objetivo comunidades de color empobrecidas, y hay evidencias de ellos utilizando tácticas engañosas para conseguir ciudadanos jóvenes que firmen largos contratos coercitivos. Estas son las tropas que mueren en las operaciones militares de Estados Unidos. No son nuestros enemigos. Rechazamos permitir que nuestros hermanos y hermanas sean carne de cañón. Las verdaderas personas contra las tropas son aquellos que mandan a los pobres de nuestro país a morir en guerras de ricos.
¿Cuántas veces tenemos que mentir? ¿Cuántas veces tenemos que ser engañados? ¿Cuántas veces tenemos que ser explotados hasta que digamos que ya basta? ¡Estamos cansados de la guerra! La guerra no logra nada. La guerra solo llena los bolsillos de las élites económicas y políticas, dejando millones de personas muertas tras su estela. La guerra solo lleva a más guerra, destruyendo el planeta y vaciando el erario nacional en el proceso.
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Nosotros, los y las jóvenes de los Estados Unidos de América, nos oponemos a la guerra.
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No nos oponemos a la guerra porque no nos importe el resto del mundo; nos oponemos precisamente porque nos importa.
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No nos oponemos a la guerra porque no nos importe la seguridad; nos oponemos precisamente porque nos importa.
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No nos oponemos a la guerra porque no nos importen nuestras tropas; nos oponemos precisamente porque nos importan.
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No nos oponemos a la guerra porque no nos preocupe nuestro futuro; nos oponemos precisamente porque nos preocupa.
No hay futuro en la guerra.
Fuente: Codepink Women for Peace
Si eres una persona joven que cree que no hay futuro en la guerra, firma el manifiesto y únete a nosotros y nosotras. Siéntete libre para utilizarlo como una herramienta en tu campus y tu comunidad. Escribe a anna@codepink.org para involucrarte de más formas.
Traducción: Candela del Mar Nogueroles Marzo
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